Hay situaciones en la vida en la que resulta necesario parar y plantearse que rumbo se quiere tomar. Una de estas situaciones es sin duda la pérdida de un empleo. Actualmente, y según las estadísticas, esto le sucede a 3,5 millones de personas. A mi me sucederá dentro de poco.
Muchas personas de mi entorno se han alegrado por mi cuando se han enterado de esta noticia, pues sabían que mi trabajo de contable no me "llenaba", y puede ser el detonante para, en mi caso, cambiar de vida. Sobre el papel puede que tengan razón. Incluso yo, cuando fantaseaba con la posibilidad de quedarme sin trabajo, lo veía como una suerte, pues parece que la vida tomaba por mi la decisión que yo no me atrevía a tomar.
Hasta aquí la teoría. En la práctica, vivir una pérdida de empleo, tener que acudir a trabajar aun sabiendo que no recibiremos nuestro sueldo, para que ante la ley no se nos pueda acusar de abandono de puesto de trabajo; tener que mentir día tras día a los proveedores que desean cobrar, sabiendo que lo más probable es que no cobren nunca; escuchar las historias de los compañeros, que se lamentan de que como no vayamos pronto al paro no tendrán con que dar de comer a sus hijos... Vivir todo esto, en la práctica es una de las experiencias más jodidas que me ha tocado vivir en mi vida. Vale que mi situación no es desesperada. Aún tardaré un tiempo hasta que empiece a notar la falta de dinero. No tengo hijos, no tengo hipoteca...
Me pregunto, entonces ¿que me pasa? ¿que es lo que me preocupa? Lo único que se me ocurre es lo que decía al principio, que esta es una situación en la que se han de tomar decisiones de futuro, ver que camino me apetece tomar, y si este camino, a la larga, me ofrecerá la oportunidad de poder vivir de una manera más o menos digna.